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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)

Camino de Santiago.Viaauria. De Castaneda a Santa Irene.
23/10/2010

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De Arzúa a Santa Irene

(Del "Diario de Bruno")

 

"Ella se sienta en un escalón y se pone a llorar. No es una niña, sino una mujer adulta. Supongo que andará por los cincuenta y tantos años. Pero las lágrimas se le caen grandes y libres como si tuviera nueve años"

     En Arzúa, poco después de acostarme empiezo encontrarme mareado. Las literas del albergue me dan vueltas alrededor de mi cabeza. Intento relajarme. Pero el cuerpo no me obedece.

     Cierro los ojos. Intento concentrarme en mi respiración. Pero no funciona. El universo entero sigue dándome vueltas en la cabeza. Y el estómago se me sube a la boca. Me encuentro fatal.

     Los minutos se hacen eternos. De eternidad en eternidad escucho cómo van cayendo las horas lentas en el reloj. Soy una sombra de mi mismo disuelta en la oscuridad de una noche sin piedad. Me duele hasta el alma.

     Por la mañana, sin haber dormido ni un minuto, me levanto a la misma hora que mis amigos. Me notan en la cara que estoy mal. Les cuento lo que me pasa. Mientras a ellos les preparan unos suculentos bocadillos en una tienda... yo pido que me preparen una botella de agua con limón. La chica de la tienda es maravillosa y pone todo su amor y su comprensión a nuestro servicio. Coge una botella de agua fresca de litro y medio. La vacía en una jarra de cristal. Exprime en ella cuatro limones. Le pone un poco de miel. Y me la da a probar. Yo la miro con cariño y le digo: "Gracias. Tu bondad y tu ternura me alivian enormemente. Que tengas un día maravilloso". Ella me sonríe y vacía de nuevo la jarra en la botella y me la da.

     Empezamos a caminar. Les pido a mis compañeros que sigan a su paso, que no me esperen, que quiero aprovechar el día de hoy para encontrarme conmigo mismo en el sufrimiento. Ellos protestan. Pero al ver mi firme determinación me hacen caso y me dejan solo, a mi aire, conmigo y con mi dolor. Pero antes de irse me meten en la mochila un bocadillo y un par de plátanos. Yo no entiendo porqué hacen eso. Estoy totalmente convencido de que no voy a comer nada en todo el día.

     Camino despacio. La mochila me pesa mucho más que otros días. A cada rato pasan peregrinos que me adelantan. Algunos de ellos me saludan y me desean "buen Camino". Pero la mayoría pasan casi corriendo, sin apenas mirarme. Muchos van sin mochila. Y otros con mochilas enanas. Muy pocos son los que llevan la mochila grande que identifica al peregrino que viene de lejos y sin coche de apoyo.

     Arrastrando mis pies voy avanzando lentamente. De vez en cuando veo algunos detalles que me levantan el ánimo. En un muro a la vera del camino un lugareño ha dejado una canastilla con manzanas para que los peregrinos que pasan cojan alguna si les apetece. Tienen una pinta maravillosa.

     Un poco más adelante hay un monte con castaños. Un hombre mayor llena un cubo de castañas y se acerca al camino para ofrecérselas a los que pasan. Tiene las manos curtidas por la edad y por los trabajos y sacrificios de la vida. Su mirada es limpia y bondadosa. Me paro un rato a conversar con él. Le preguntó por qué hace eso de coger castañas para regalárselas a los peregrinos... Él se queda un rato pensando... "No lo sé muy bien. Cuando yo era niño había mucha hambre. Muchas familias no tenían para comer. Mis padres tenían este "souto". Daba muchas castañas. Yo venía con ellos a recogerlas. Nos pasábamos días enteros aquí. Luego, a la noche, cargábamos el saco en la mula y lo llevábamos para la aldea. Y así día tras día. Algún año llegámos a coger más de treinta sacos. En nuestra casa teníamos un "canizo" muy grande donde echábamos las castañas para que se secasen. Una vez que estaban secas las "pisábamos". Para esto se metían las castañas dentro de un zurrón y entre dos hombres le daban veinte golpes por cada lado al zurrón contra un "tallo" de madera. Así se les caían en trocitos la cáscara ya seca de las castañas. Luego vaciaban el zurrón en una "criva" y mi padre las "crivaba" para separar las cáscaras de las castañas. Una vez limpias, las guardábamos en una arca muy grande.

     Durante todo el año teníamos castañas para comer. Era nuestro principal alimento durante el invierno. Y mis padres le regalaban más de la mitad de ellas a los vecinos más necesitados. A mi aquello siempre me impresionó mucho, sobre todo porque nosotros no éramos ricos, y mis padres no estaban dando de lo que les sobraba, sino de lo que les hacía falta. Pero ellos lo hacían porque veían que los otros pasaban todavía más necesidad...

     Mis padres murieron hace tiempo. Pero yo los sigo echando mucho de menos. Ahora para mi, el venir al "souto" a coger las castañas, y el regalárselas a los desconocidos que pasan, es la forma que tengo de sentir a mis padres presentes y de agradecérles todos los sacrificios que hicieron por mi. Sería un pecado abandonar el "souto" y dejar que estas castañas se perdieran sin que nadie las comiera".

    Me despido del hombre y sigo caminando. La historia que me acaba de contar me toca muy dentro. La mayor parte de los peregrinos pasan a prisa, sin enterarse de que hay al menos dos almas detrás de cada castaña. Yo doy gracias porque el hecho de encontrarme medio enfermo me ha permitido pararme a escuchar la maravillosa historia del hombre de las castañas. Probablemente si me hubiera encontrado bien hubiera pasado de largo, como todos, limitándome a saludar al hombre y a desearle un buen día...

     Sigo caminando. De vez en cuando bebo un sorbo de agua de mi botella mágica. Y entra en mi el amor y la ternura de la chica que me la preparó en la tienda. Nunca la había visto. Y seguramente nunca volveré a verla. Pero doy gracias a Dios por ella. Sé que le estaré eternamente agradecido. Su amor y su limonada me han endulzado el día.

     Cuando llego a Santa Irene es ya media tarde. Pregunto si hay sitio en el albergue. Me dicen que sí. Y allí me quedó.

     Me tumbo en la cama. Tengo el cuerpo muy mazado. Pero el alma la siento muy ligera. La cabeza ha parado de darme vueltas. Y, aunque estoy muy cansado, me encuentro muy bien de ánimo. Cierro los ojos y le doy gracias a Dios por este día. Al rato me quedo dormido...

     Me despierto a las diez de la noche. Una peregrina brasileña acaba de llegar. Viene totalmente agotada. Casi no es capaz de andar. Rota y destrozada. Pregunta si hay algún lugar cerca donde se pueda cenar algo. El hospitalero le dice que el más próximo está a más de dos kilómetros. Ella se sienta en un escalón y se pone a llorar. No es una niña, sino una mujer adulta. Supongo que andará por los cincuenta y tantos años. Pero las lágrimas se le caen grandes y libres como si tuviera nueve años.

     Me acerco a ella. La miro. La saludo. Le pregunto lo que le pasa. Tiene hambre. Y no tiene fuerzas para andar los dos kilómetros hasta el bar. Le duele el cuerpo. Y se siente impotente.

     Yo la miro y le sonrío. "¿Crees en los milagros?", le digo. Cojo mi mochila. La abro. Y saco el bocadillo y los dos plátanos que por la mañana mis compañeron se empeñaron en meterme en ella. Y se los ofrezco. Ella me mira y me dice: "¿Y tú?". "Yo hoy no puedo cenar. Solo beberé la limonada que me queda en esta botella". Y le explico el porqué. Ella coge el bocadillo y se lo come. Luego se toma los plátanos". Y al terminar me mira, me toca, me sonríe, y me dice: "¿Eres un hombre o un angel?... ¡Esta noche he recuperado la fe en los milagros!".

     Yo la miro. Le sonrío. Y noto que de pronto me siento totalmente bien, ligero, completamente recuperado de todos mis dolores y malestares... Nos pasamos un largo rato conversando. Es una mujer maravillosa, que desempeña en su pais un puesto de mucha responsabilidad, desde le que aprovecha para hacer mucho bien a mucha gente... Pero hasta hoy no había descubierto de verdad, en carne propia, lo que vale un bocadillo en un momento de hambre y debilidad... Cree que esta experiencia le va a guiar en todos sus actos cuando vuelva a su país y a su puesto de trabajo. Está segura de que su vida a partir de ahora va a tener otro sentido y otro significado...

     Yo, por mi parte, me siento muy contento y satisfecho. Una chica de una tienda, un hombre que regalaba castañas, una brasileña muerta de hambre y de cansancio, un bocadillo y dos plátanos... han convertido este día en uno de los más intensamente felices de todos los que llevo vivido...

 

 

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