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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)

Camiño de Santiago con Viaauria. De Santa Irene ao Monte do Gozo.
Juan
19/11/2010

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De Santa Irene al Monte do Gozo

(Del "Diario de Bruno")

 

"El reencuentro es un abrazo con la alegría"

     Los peregrinos empiezan a levantarse muy temprano. Sin encender las luces, y casi sin hacer ruido, cogen sus mochilas y salen del albergue. Medio despierto medio dormido me dejo seguir en la cama. Mi cuerpo se encuentra cansado de todo lo vivido el día anterior. Al final, cuando ya se han ido todos los peregrinos, y cuando la luz del día empieza a entrar por las ventanas, me levanto y me preparo para empezar a caminar.

     Voy solo. Despacio. Rumiando los acontecimientos del dia anterior. Llueve. No veo a nadie. Parece como si a todos los peregrinos se los hubiera tragado la tierra.

     Cuando llego al primer bar me siento para desayunar. Pido medio litro de agua. Y medio bocadillo de pan con jamón y tomate. Mi estómago parece estar totalmente recuperado de los males del día anterior.

     Cuando estoy terminando el desyuno llega Estefano. Le invito a sentarse y empezamos a charlar. Espero mientras el desayuna. Y luego empezamos a caminar juntos. Hoy decido tomarme el día con calma. Además Estéfano lleva varios días solo y necesita hablar.

     Mientras caminamos vamos conversando. Le pregunto por qué está haciendo el Camino. Y él se para, cierra los ojos, mira al cielo, y luego, al cabo de un rato, empieza a contárme su historia.

     "Hace cinco años empecé a encontrarme mal... Los médicos me dijeron que tenía un cancer de pancreas y que lo veían todo muy negro. Que solo un milagro podría salvarme de la muerte.

     Mi madre, que era muy creyente, me miró a los ojos y me dijo: "Hijo mío, lucha con fe, que si lo haces no te morirás. He prometido a Dios que si te salvas me iré a hacer el Camino de Santiago".

     La mirada de mi madre me hizo ver de repente toda la energía y la fuerza que había dentro de mi. Y luché. ¡Vaya si luché!. Con confianza, con serenidad, e incluso con alegría, me enfrenté cara a cara con mi enfermedad. Peleé con ella con todo mi ser. Y al final vencí. Salí vivo. Y según los médicos estoy totalmente curado y no me quedaron secuelas. ¡Se produjo el milagro!

     Pero el mismo día que a mi me dijeron que estaba curado... un camión atropelló a mi madre mientras cruzaba en un paso de cebra. Llovía y el día estaba muy oscuro. El paso de cebra estaba a la salida de una curva. Había una furgoneta mal aparcada que quitaba la visibilidad. Estaba anocheciendo.

     De repente pasé de la alegría inmensa al dolor terrorífico. Se me apagaron todas las luces. Mi corazón se rompió en mil pedazos. Y mi alma se llenó de nubarrones ácidos e irrespirables. Sentí como la nada se metía dentro de mi y me extrangulaba. Sentí la axfisia producida por el dolor insoportable. Me encontré de frente con el muro de la muerte cortándome el paso. Y pensé que la vida que yo le había ganado a la enfermedad no tenía ya ningún sentido. Había sido una victoria inutil.

     Me quedé totalmente desorientado. Ni siquiera fui capaz de ocuparme de los trámites del entierro de mi madre. Otros familiares tuvieron que hacerlo por mi. Yo era como un zombi que vagaba sin sentido. Muchas personas acudieron para darme el pésame. Yo, sin contestarles, les miraba ausente. Ni siquiera tenía lágrimas. Solo un vacío absurdo dentro.

     Tras el entierro de mi madre caí en una profunda depresión. Me volví hosco, uraño, desagradable... Mi humor cambiante y totalmente imprevisible fue haciendo que todos mis amigos me fuesen abandonando poco a poco... Todos menos uno. Oscar, un amigo de la infancia, aguantó todos mis desplantes, y se mantuvo firme a mi lado. Decidido a sacarme del pozo.

     Y seis meses después de la muerte de mi madre, una tarde, mientras caminábamos por el monte, Oscar pudo ver como yo, por primera vez, le volví a mirar a los ojos. Y en mi cara apareció la primera sonrisa. En ese momento Oscar me dió un abrazo muy fuerte diciéndome: "Estéfano, ¡ya pensaba que te habías olvida de sonreir!". A partir de ese momento empecé poco a poco a dejar de mirar al suelo. Y poco a poco volví a redescubir la belleza de las flores, de la música, de las miradas...

     Y en cuanto me sentí bien me acordé de la promesa de mi madre. Y como ella ya no podía cumplirla decidí hacerlo yo. Y aquí estoy. Caminando hacia Compostela. En acción de gracias por haber salido por dos veces del pozo de la nada. Y en acción de gracias por mi madre y por todo lo que me dio a lo largo de toda su vida".

     Y caminando despacio, seguimos hablando bajo la lluvia. Y casi sin darnos cuenta llegamos al Monte do Gozo.

     Allí me encuentro a Clemente, a Claudio, a Leopoldina, y a todos los demás. El reencuentro es un abrazo con la alegría. Y Estéfano se une a nuestro grupo. Conversando lentamente pasamos las últimas horas de la tarde, preparándonos para ir al día siguiente el encuentro con el Apostol. Llueve, pero "en Santiago, la lluvia es arte".

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"O que converte a vida nunha bendición non é facer o que nos gusta, senón que nos guste o que facemos" (GOETHE)

"No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido" (Pedro Arrupe)


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