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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)

Viaauria. Camino de Santiago. De Portomarin a Palas de Rei.
19/06/2010

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(Lo que sigue es un fragmento del libro EL CAMINO DE BRUNO)

 

De Portomarín a Palas de Rei

"Buscaba caminar hacia el silencio y hacia el encuentro conmigo mismo."

     Salimos de Portomarín tempranito, y tras cruzar el río, empezamos a subir por un precioso camino de tierra. A los lados los pájaros cantan mientras se columpian en las ramas de los árboles. Vamos en fila india. En silencio para escuchar la voz de la naturaleza. Poco a poco nos vamos distanciando. Cada uno a su paso.

     Llevamos agua y bocadillos en la mochila. Es un buen día para caminar en silencio y soledad. No hace ni frío ni calor. Es maravilloso caminar así.

     Pero hoy prefiero no hablaros de nuestra etapa. Quiero dejar espacio para una historia que os voy a contar. En Palas de Rei, despues de cenar, hablamos con otros peregrinos. Nos contamos las razones por las que hemos venido al Camino. Son muchas las vivencias que merecerían ser recogidas en esta narración. Pero voy a escoger solo una. Es la que nos deja Pablo, un peregrino de Burgos. Sentado en el suelo, delante de la puerta del albergue, con voz profunda y serena, Pablo surca el silencio de una noche llena de estrella y empieza a contarnos:

     "Mi padre se murió hace seis meses. Tenía noventa y siete años. Una larga vida. Completa. Cargada de años de trabajo, sacrificio y esfuerzo. Pero también adornada con muchos momentos de alegría, de satisfacción, de felicidad y de plenitud... No murió con las manos vacías. No. Murió en paz. Satisfecho consigo mismo, con la vida que había llevado, y con las huellas que había dejado su paso por este mundo... Había cumplido su deber. Y eso le daba una gran serenidad.

     En su enfermedad, en el Hospital, le atendía una doctora de mediana edad, que le trataba con un cariño especial. Parecía como si fuese su propio padre.

     Se notaba tanto la ternura en la voz y en la mirada de aquella mujer que un día mi padre le preguntó: "Doctora, me gustaría saber ¿porqué me trata usted tan bien?".

     Ella cogió una silla, se sentó, le miró, y empezó a hablar:

     "Es una larga historia. Hace treinta y siete años, cuando yo estaba en el Intituto, haciendo el primer curso del Bachillerato, dos profesoras nos propusieron hacer el Camino de Santiago. De trescientos alumnos nos apuntamos un grupo de veinticuatro. Empezamos a caminar en Sarria. Y el primer día, ya antes de llegar a Portomarín, me salieron tres ampollas en la planta de cada pie. Al día siguiente empecé a caminar con el grupo para hacer la etapa de Portomarín a Palas de Rei. Pero no podía seguir el ritmo de los demás. Me era totalmente imposible. Una de las profesoras se quedó conmigo. Íbamos muy despacio. El peso de mi cuerpo y de mi mochila me aplastaban los pies y el alma contra el suelo. Nunca antes había sentido tanto dolor. Cada paso era un infierno.

     Pasó a nuestro lado un hombre que nos saludó y nos deseó buen camino. Y al cabo de un rato se volvió, se paró, y vino de nuevo hacia nosotros. Me preguntó lo que me pasaba. Se lo conté. Estuvimos conversando un rato. Y se ofreció a llevar mi mochila. Antes de que yo le contestase él me quitó la mochila de encima y se la puso a sus espaldas. La de él, que era pequeña, se la colocó por delante.

     Yo me sentí un poco aliviada. Pero los pies me seguían doliendo mucho. La profesora que me acompañaba dijo que teníamos que intentar llegar a Gonzar, que era el primer pueblo que había, y desde allí pedir un taxi para que me llevase a mi hasta el final de la etapa.

     Para llegar a Gonzar faltaban cinco quilómetros. A mi me parecía totalmente imposible. Pero el hombre que llevaba mi mochila empezó a hablarme con serenidad y dulzura. Me contó que él también había tenido ampollas las dos primeras veces que había hecho el Camino. Y que sabía lo que dolían. Que conocía perfectamente esos momentos en los que lo único que existe en el mundo son los propios pies... y en los que el único pensamiento y el único deseo es que dejen de dolernos los pies... Que ese es uno de las enseñanzas más importantes que podemos obtener en el Camino: ser conscientes de la existencia y de la importancia de nuestros pies, y de todos y cada uno de los miembros y de los órganos de nuestro cuerpo, y ser capaces de traer el pensamiento a nosotros mismos, olvidándonos de todo lo demás... Y hacerlo no por egoismo, sino para tomar conciencia de lo que somos, para conocernos, y para sentar las bases sólidas de nuestro actuar en el mundo, procurando luego hacer siempre el bien a los demás... Me dijo que solo por esos pocos quilómetros de dolor y sufrimiento ya valía la pena que hubiera venido al Camino... Y que aunque no me sucediese nada más en mis días de peregrina... que con eso ya habría sido suficiente...

     La conversación me encendió un montón de luces dentro de mi alma. Los pies me seguían doliendo, pero empecé a vivir el sufrimiento de otro modo, y a encontrarle sentido...

     Cuando llegamos a Gonzar llamamos un taxi. Nos hicimos una foto juntos. Y nos depedimos. Le dije al hombre: "nunca olvidaré este día". El hombre se quedó allí sentado. En cuanto mi profesora y yo subimos al taxí... ¡empecé a llorar!. Hacía mucho tiempo que no lloraba con tantas ganas. No lloraba de dolor de pies. No se muy bien por qué me caían las lágrimas. Pero creo que era porque le había cogido mucho cariño a aquel hombre y se me rompía el alma al despedirme de él y al pensar que nunca más iba a volver a verlo...

     Pero lo más importante es que aquellas horas marcaron todo el resto de mi vida. Cada vez que he tenido que afrontar problemas importante, o cuando he tenido que enfrentarme a dificultades serias, siempre he llevado mi pensamiento a aquellos momentos y siempre he sentido dentro de mi una fuerza enorme que me ha ayudado. Aquel hombre que me llevó la mochila no solo fue mi "angel" en aquel momento dificil de mi Camino, sino que su recuerdo y su presencia invisible me ha seguido acompañando en la historia de mi vida. Ha sido mi "angel de la guarda" en todos mis momentos difíciles... Y siempre he sentido su apoyo y su energía, sosteniendo suavemente pero con firmeza las raíces principales de mi alma...

     ¿Le suena de algo esta historia?..."

     Mi padre sonrió y dijo: "... Tengo una vaga sensación de haber vivido alguna vez algo parecido"

     "Sí. En el bar de Gonzar, mientras esperábamos al taxi, apunté en un papel su nombre y apellidos. Y he llevado siempre conmigo la foto que nos hicimos. Cuando le vi entre mis pacientes me dió un vuelco el corazón... Mire, aquí está la foto... "

     Al ver a mi padre, treinta y siete años más joven, me emocioné. Me pareció una historia alucinante. Mi padre nunca me la había contado. Quizás porque no le había dado importancia. Quizás porque para él había sido una situación normal de las muchas que se producen en el Camino...

     La noche que mi padre se murió estuvimos acompañándolo la Doctora y yo. Estuvimos hablando con él, como de costumbre. En un momento yo le pregunté: "Padre, ¿Qué es lo que buscabas tú en el Camino de Santiago?"

     El contestó: "Buscaba caminar hacia el silencio y hacia el encuentro conmigo mismo." Estas fueron sus últimas palabras. Tras pronunciarlas, cerró los ojos y dejó de respirar.

      "Buscaba caminar hacia el silencio y hacia el encuentro conmigo mismo." Esta frase me ha estado acompañando durante los últimos seis meses. Y por eso estoy aquí. Porque yo también necesito caminar hacia el silencio. Y porque yo también necesito encotrarme de verdad a mi mismo. Saber quien soy. Saber qué pinto aquí, en este mundo. Encontrar un sentido a mi vida".

      Esta es la historia de Pablo, de su padre, de la doctora... Moraleja: la vida da muchas vueltas... Y el bien que se hace nunca se pierde...

 

Portada de Vilar de Donas...

 

 

 

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