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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)

Camino de Santiago. Viaauria. Palas - Castaneda.

18/09/2010

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(Del diario de Bruno)

De Palas de Rei a Arzúa

 

"La ciudad nos crea necesidades de cosas inconquistables, generando infelicidad"

     En Palas dormimos de maravilla. Al día siguiente empezamos a caminar tempranito. Poco a poco va creciendo la luz y van apareciendo las formas de las cosas. Se dibujan los perfiles del paisaje. Y aparecen los primeros rayos de sol.

     Un bonito día. Y unos caminos magníficos. Me sorprende la belleza de este tramo del Camino.

     Intento buscar momentos de silencio para ordenar un poco mis primeros pensamientos. Pero me resulta dificil. El camino está abarrotado de gente. Es casi imposible encontrar un espacio de silencio y soledad. Unos hablan. Otros cantan. Otros gritan. Intento escuchar los sonidos de la naturaleza, pero no soy capaz.

     Veo un hombre que camina solo. Callado. Le miro. Él me mira. Nos saludamos. Intercambiamos unas palabras. A él tampoco le gusta tanto barullo. Se llama Andrés. Prefiere los días en que hay más silencio en el Camino. Hablamos de muchas cosas. Me dice que lleva un par de años buscando una forma diferente de vivir. No estaba de acuerdo con el ritmo de vida que llevaba: Trabajo, diversión, trabajo, diversión... Todo a correr. A toda prisa. Atropellando los momentos. Sin tiempo a saborearlos. Y al final el vacío. El absurdo. El sinsentido. Correr para escapar del miedo a pensar. Escapar de uno mismo, buscando fuera trocitos de placer. Migajas de felicidad.

    Hace dos años pidió una excedencia, dejó el trabajo, y se fue a pasar un mes al pequeño pueblo en donde nació. Allí intentó reencontrar sus raíces. Pero le resultó dificil. Casi todos los recuerdos de su infancia estaban borrados.

    Luego se compró una mochila y empezó a recorrer el mundo. Quería conocer lugares y gentes. Otras formas de vida.

     Uno de sus viajes le llevó al Tibet. A un pequeño pueblecito de montaña donde todavía no hay televisión. Tampoco luz eléctrica. Allí trabó amistad con un anciano llamado Tzeng. Pasaron muchas horas conversando. Y de él aprendió mucho.

     Al principio Andrés le decía a Tzeng que no comprendía como podían seguir viviendo así, como se vivía hace varios siglos, sin luz electríca, sin televisión, sin agua corriente...

     Pero al cabo de un par de meses se dió cuenta de que quizás era mucho más absurla la vida actual en las ciudades. Tzeng le explicó que las ciudades crean necesidades inconquistables y de este modo generan infelicidad. Y lo mismo sucede con la televisión. Por eso en su poblado no querían tener televisión. Si llegase la tele con ella vendría el desastre...

     En el poblado todos sabían quienes eran. Se conocían unos a otros. Y sabían lo que se podía pedir y esperar de cada uno. No les faltaba agua ni comida. Había trabajo y pan para todos. Tenían tierras para sembrar. Fuentes para beber. Caminos para andar... Y tenían tiempo para conversar. Tiempo para vivir y para saborear los momentos. Tiempo para amar. Tiempo para mirarse a los ojos. Tiempo para cogerse de la mano. Tiempo para soñar. Tiempo para respirar. Tiempo para cerrar los ojos y escuchar el silencio de la tarde... Y tenían agua pura, aire limpio, sol, sombras, y ¡silencio!. ¿Cuanto vale el silencio? Y tenían familia, tenían vecinos, tenían amigos... ¿Qué mas se puede pedir?

     Tenían todo lo esencial que necesitaban para llevar una vida feliz. Tenían sus necesidades básicas satisfechas. Y no tenían una máquina estúpida que les crease artificialmente necesidades innecesarias e inconquistables: no tenían tele. Y no querían tenerla.

     Andrés se dió cuenta de que en gran medida Tzeng tenía razón. Y cuando al cabo de varios meses volvió a la "civilización" se dio cuenta de que muchas veces le lastimaba el ruído y de que echaba de menos la paz y el silencio del poblado... Pero aún así no fue capaz de aceptar la invitación que le había hecho Tzeng de ir a vivirse allí, al poblado, el resto de su vida... Al fin y al cabo Andrés había bebido mucha tele y mucha "civilización occidental" y no era capaz de renunciar a todo lo superfluo para volver a lo esencial...

     Pero tampoco estaba dispuesto a rendirse del todo y a aceptar sin más el modo de vida occidental. Seguía buscando un camino personal situado quizás a mitad de camino. Un lugar donde pudiera compaginar las cosas positivas del progreso con los valores esenciales de toda la vida.

     En el fondo, lo que estaba buscando es lo mismo que buscamos todos: el camino personal hacia la propia felicidad.

     Y así, conversando con Andrés, casi sin darme cuenta, llego hasta Arzúa. No he encontrado el silencio. Pero sí una buena conversación. Y descubro que el silencio y una buena conversación en cierto modo se parecen mucho...

     En Arzúa, en el albergue, me encuentro a Claudio, a Clemente, a Leopoldina, a Juan, a Pedro, a Elena, a Silvia y a Macarena. Ellos me cuentan que tampoco han encontrado ni soledad ni silencio... pero que han decidido hacer de la etapa una fiesta y han venido charlando y cantando todo el camino. Y en el albergue están disfrutando de la tarde, escuchando música en una vieja radio que no sé de donde habrán sacado. En un momento suena una canción conocida. Y Macarena se pone a bailar conmigo. "Anda Bruno, que la vida no es solo pensar: a veces también hace falta bailar!"

     Bailo, me siento bien, y descubro una vez más que a mis años todavía me sigo sorprendiendo a mi mismo. Y esto es una de las cosas que me mantinen vivo.

 

 

 

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"O que converte a vida nunha bendición non é facer o que nos gusta, senón que nos guste o que facemos" (GOETHE)

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