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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)
LA PEREGRINA Y EL POLICÍA
Laura
lleva ya cinco meses en la cárcel de Monterroso. La semana pasada vinieron
a visitarla su marido y sus dos hijos. Vinieron en tren, desde Granada. Un largo
viaje. Su marido, Andrés, pidió dos días de permiso en
el taller. El jefe se los dio pero le dijo que era la última vez. Que
no están los tiempos para faltar al trabajo.
Sus hijos, Pablo, de doce años, y Noelia,
de catorce, no entienden por qué su madre está en l cárcel.
¡Con la falta que les hace en casa!. Además están seguros
de que su madre es inocente... ¿Cómo iba a ser ella la que plantó
fuego al monte? ¿Ella que siempre ha amado la naturaleza? ¿Ella
que no es capaz de matar una hormiga? No. No es posible...
El domingo estuvo visitándola Javier, el
policía que la detuvo. Él también está convencido
de que ella es inocente. Y la visita con frecuencia, para darle ánimos,
y para informarle de los avances que está haciendo en su investigación
personal para reunir pruebas que demuestren su inocencia. ¡El que fue
el que la detuvo! ¡Qué paradoja!
Laura lo está pasando mal en la cárcel.
Cuando dice que es inocente nadie la cree. Todas la miran con temor y odio a
la vez. Como a una asesina.
Al fin y al cabo aquel día 7 de agosto
murieron doce personas. Nueve vecinos y tres bomberos. Quemados, ardidos, calcinados.
El viento cambió de repente y el fuego les envolvió a todos. Fue
una crueldad.
El fuego se inició a las dos de la tarde,
en la vera del camino que baja hacia Campobecerros. En un solo foco. El monte
estaba muy seco, y hacía mucho calor y bastante viento. Las llamas se
extendieron rápidamente en todas las direcciones.
Al cabo de un rato pasó un helicóptero.
No apagó el fuego. Pero sí alcanzó a ver a Laura, caminando,
con su mochila a cuestas, bajando hacia el pueblo...
El fuego había empezado justo cuando Laura
pasaba por el lugar. Ella echó a correr para escapar del fuego. La llamas
la perseguían. Fue una lucha titánica... Al final consiguió
llegar al pueblo un poco antes de que llegaran las llamas... Exhausta.
Las campanas de la iglesia ya habían tocado
a incendio, y en aquel momento los vecinos estaban ya organizándose para
luchar contra el incendio... Pero no valió de nada. El viento cambió
de dirección, y fuego arrasó el pueblo, quemando las casas y matando
a nueve vecinos.
Laura se metió en medio del río,
y allí se quedó, temblando, acurrucada... El agua le defendió
de las llamas. Pero no del humo. Varias veces estuvo a punto de morir asfixiada.
Pero al final se salvó. Milagrosamente.
Después vinieron los servicios antiincendios.
Los aviones. Los helicópteros. Y los bomberos. Demasiado tarde. El fuego
había arrasado ya el pueblo. Y se había extendido también
por los montes del Invernadeiro, de gran valor ecológico. Ardieron animales
y especies forestales especialmente protegidos. Un crimen.
Y sobre todo los nueve vecinos. Nueve familias
de luto. ¡Qué tragedia!.
Para colmo de males, otro cambio repentino del
viento atrapó también a tres bomberos entre las llamas. Y quedaron
calcinados. Héroes para nada. Muerte absurda.
Al día siguiente aparecieron los políticos.
Haciendo declaraciones en la televisión. Unos contra otros. Como siempre.
"La culpa es de la Xunta, por falta de prevención" "Que
dimita el Conselleiro" "Que dimita el Presidente". etc. "La
oposición debería hablar menos y colaborar más". "La
Xunta hizo todo lo que estaba en sus manos, pero las circunstancias fueron muy
adversas. El calor. El viento..." "Es un delito abominable. El culpable
será detenido y condenado"... etc.
A los tres días se controló el incendio.
Habían ardido 2000 hectáreas. Los diez muertos fueron enterrados.
Pero el pueblo pedía justicia.
La presión a que estaba sometida la policía
era agobiante. "Necesitamos urgentemente un detenido", le exigían
los políticos que veían peligrar su puesto en las elecciones que
estaban a la vuelta de la esquina.
Laura era la única persona que había
sido vista en el lugar en que se inició el fuego. No había duda:
ella tenía que haber sido. Se dictó orden de busca y captura.
No fue difícil encontrarla: la detuvieron en Oseira, en el albergue,
a las ocho de la tarde, del día cuarto después del inicio del
incendio. Fue Javier quien la detuvo. Por orden de sus superiores.
Pero en el mismo momento de detenerla, al mirarla
a los ojos, supo que era inocente. Supo que era imposible que aquella mirada
limpia correspondiese a una delincuente. No. Jamás una persona que ha
ocasionado diez muertes puede mirar con aquella transparencia. Pero órdenes
son órdenes. Y Javier y otro policía que le acompañaba
la llevaron esposada...
Desde aquel día Javier no había
vuelto a dormir bien de noche. Se despertaba a cada rato, recordando aquella
mirada... Y se pasaba las horas dando vueltas a su cabeza, buscando la manera
de demostrar su inocencia...
La Televisión, la prensa, los políticos,
y el pueblo en general la condenaron desde el primer momento. Solo había
cuatro personas que creían en su inocencia: sus hijos, su marido, y el
policía que la detuvo.
Lenta, como tortuga malvada, es a veces la justicia.
Injusta y terrible es la lentitud de la justicia, cuando mantiene encerrada
entre rejas a una madre inocente, apartada de sus hijos y de su marido....
Seis meses después de su detención
llega el día del juicio. El tribunal. El fiscal. El abogado de la acusación
particular. Los testigos. El piloto del helicóptero que la vio desde
el aire en el primer momento. Los familiares de las víctimas. Todos en
su contra. Con pruebas contundentes e irrefutables...
Y en su defensa sólo un joven abogado de
oficio que defendía su primer caso. Y el policía que la había
detenido.
Y el primero pregunta al segundo: "¿Por
qué cree usted que la acusada es inocente?"
"Por la forma en que me miró cuando
la detuve", responde.
Estos son todos los argumentos de la defensa.
Pese a llevar las noches de seis meses sin dormir, el bueno de Javier no ha
logrado encontrar otra prueba más contundente para defender la inocencia
de la acusada...
Para el fiscal y para el abogado de la acusación
la cosa está totalmente clara: Laura es culpable de varios delitos, de
los cuales el más grave es el de diez homicidios... La aplicación
del Código Penal exige que se le imponga una pena de muchos, muchos años
de cárcel. Además la condena tiene que ser ejemplarizante. Tolerancia
cero con los incendiarios... Lo exige la defensa de la naturaleza, del país
y del bien común...
Laura no puede dar crédito a lo que está
viendo. Va a pudrirse en la cárcel, ella, que nunca ha hecho mal a nadie,
que no es capaz de matar una hormiga, que ama la naturaleza... Ella que ha venido
todo el Camino de Santiago, a pié desde Sevilla, teniendo sumo cuidado
de no tirar un solo papel al suelo, ni una botella vacía, ni una monda
de plátano... Ella, que es inocente, va a ser condenada, encarcelada,
apartada para siempre de su marido y de sus hijos que tanto la necesitan...
Todo esto es lo que le cuenta al tribunal cuando
le dan la última palabra...
“!Embustera!, ¡mientes más
que hablas!", grita alguien desde el público...
Todo está a punto de terminar...
Pero en el último instante, un señor
mayor se levanta de entre el público, y empieza a hablar mansamente:
"Esa mujer es inocente. Me llamo Pedro. Tengo
noventa y seis años. Mi hijo murió en el incendio. Yo le maté.
A él y a todos los demás que murieron. Yo planté el fuego.
Fue sin querer. Pero fui yo"...
Se hace un silencio sepulcral. Todos quedan petrificados.
Nadie da crédito a lo que están oyendo.
Con calma, con serenidad, lentamente, Pedro continúa
con su relato. Bajaba del monte. Fumando. Tiró la colilla. Sin darse
cuenta. Y cuando llegó al pueblo vio las llamas. Colaboró con
todos los demás en el inútil intento de luchar contra el fuego.
Vio arder a su hijo desde muy cerca. Él mismo se salvó por los
pelos. Enterró a su hijo. Lloró amargamente. Y durante todos estos
meses, como todos se creyó la versión oficial: una peregrina malvada,
probablemente un poco desequilibrada, había plantado fuego al monte...
Pero hoy, durante el juicio, justo en el momento
en que el policía decía que estaba seguro de que la acusada era
inocente por la forma en que le miró cuando le detuvo... justo en ese
momento Pedro también la miró, y en los ojos de ella vio escrita
la inocencia, y en el fondo de esos ojos verdes encontró una imagen de
una colilla encendida prendiendo fuego al monte... Fue en ese momento cuando
se acordó de la colilla que él había tirado... Y fue en
ese momento cuando supo que él mismo había sido el que había
matado a su hijo... Sin querer, es cierto, pero no había sido ella, sino
él quien le había matado...
Después de este sorprendente relato, el
tribunal se retira a deliberar.
Laura,
con su marido y sus hijos a su lado, esperan el veredicto. Javier, el poli bueno,
llora amargamente.
Y Pedro, sereno y en paz, confía en que
se haga justicia, y en que liberen su alma de las cadenas que ahora le aprietan,
declarando inocente a Laura, aunque ello implique que luego sea él el
que sea condenado...
Cuando se pronuncia la sentencia Pedro queda plenamente
feliz: LAURA es declarada inocente.
Laura, su marido y sus hijos, le dan un abrazo
profundo a Javier y a Pedro...
"Hacía muchos años que no lloraba
así", dice Pedro.
Y mirando a la mujer Pedro le dice: "Laura,
tu mirada te ha salvado, no la pierdas nunca. Y tú, Javier, no pierdas
nunca esa capacidad de leer en los ojos. Y que Dios os bendiga a todos".
En ese mismo momento le detienen a él, pero eso le importa menos. Porque eso no es una injusticia.
(Juan, 30-05-2012)
"I came to find God in me. And now I find Him everywhere. I have to bring this back to my daily life, where I actually live now. "Cami" means "God" in Japanese" (Wrenn)
"Caminar es besar la tierra con los pies" (Juan)
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