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"... pero, en calquier caso, ¡el Camino de Santiago existe! y en él se encuentra la magia, el espíritu y la simiente de un mundo nuevo, más humano, mejor y diferente". (Juan)

 

LOS PAPELES DE CASTROTORAFE

     Año 2011. Día 7 de agosto. Vía de la Plata. Provincia de Zamora. Mientras caminaba conversando con Pedro, un peregrino al que vi por primera vez esa misma mañana, llegamos a las ruinas de Castrotorafe. A mi me gusta ir al Camino con la mente en blanco, sin haberme informado previamente de los lugares por los que voy a pasar... Por eso no había oído hablar en absoluto de Castrotorafe. Pedro, en cambio, había preparado a conciencia su camino, y en cuanto vio que nos acercábamos a Castrotorafe empezó ya a emocionarse. Por eso me aparté del Camino para entrar con él a visitar las ruinas. Y mientras él pasaba por ellas, ensimismado, yo me quedé sentado en un rincón, a la sombra, descansando... Vi un bote en el suelo que me llamó la atención. Lo cogí, quité la tapa, y ... ¡vaya!... dentro había unos papeles escritos a mano... Empecé a leerlos.... Me parecieron muy interesantes... En cuanto llegó Pedro se los enseñé... Y me dijo que los metiese en la mochila... Así lo hice. Y le prometí que en cuanto tuviese tiempo los copiaría y los pondría en esta web, para que también él pudiese leerlos...

     Empiezan así:

 

LA GUERRA

      Mi nombre es Leonardo. Le he contado varias veces a mi nieta Andrea una historia de mi juventud y ella me ha pedido que se la escriba, para que ella pueda contársela a sus nietos cuando sea mayor. A mi no se me da nada bien esto de escribir. Me gusta contar historias. Pero es la primera vez que me pongo a escribir una.

     Yo nací en Betanzos, provincia de la Coruña, Galicia, el día 7 de febrero de 1923. Soy el mayor de cinco hermanos. Mis padres, Luisa y José, erán agricultores. Tenían cinco vacas, tres ovejas y una cabra. También tenían unas cuantas fincas. En algunas sembraban patatas y verduras. Y en otras dejaban que creciese el pasto para alimentar al ganado. Eran pobres, pero tenían lo suficiente para no pasar hambre.

     Como yo era el mayor de sus hijos, tenían mucho interés en que estudiase, para que fuese un ejemplo para los demás. A los diez años me enviaron a un internado. Allí pasaba todo el curso, yendo a casa solamente en las vacaciones de navidad, semana santa y verano. La vida del internado no me disgustaba, pues era la única que conocía. Teníamos una disciplina muy estricta. Nos levantábamos a las siete de la mañana. Hacíamos la cama, nos vestíamos, y a las siete y media bajábamos a la capilla, para rezar laudes, tener veinte minutos de meditación y asistir a misa. Luego íbamos a desayunar. Y a las nueve y media empezábamos las clases. Todos los días teníamos cuatro horas de clases por la mañana, con un recreo de treinta minutos en el medio. Por la tarde teníamos tres horas de clase, una hora de recreo, y dos horas de estudio. Antes de cenar rezábamos vísperas y después de cenar completas...

     La mejor hora del día era la del recreo de la tarde, cuando jugábamos al futbol. A mi me gustaba jugar de delantero, pero muchas veces me obligaban a jugar de defensa, pues todos querían jugar adelante y marcar goles... Pero, en cualquier puesto, yo era bastante bueno y por eso mis compañeros me respetaban... Durante el partido yo siempre me sentía alguien importante...

     Cuando tenía trece años entré en un grupo de boy scouts. Y en el verano de 1936 mis padres me dejaron ir con otros dos compañeros y con un monitor a hacer el Camino de Santiago, por la Vía de la Plata, desde Sevilla. En aquellos tiempos lo de hacer el Camino de Santiago no estaba de moda ni mucho menos. Casi nadie lo conocía. Pero nuestro monitor estaba muy informado y pensó que era una buena manera de ejercitar y fortalecer nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Todavía hoy no entiendo cómo fue capaz de convencer a mis padres para que me dejaran ir, pues a los trece años yo ya le hacía mucha falta en casa para ayudar en las labores del campo...

     El 18 de julio de aquel año 1936, mientras estaba haciendo el Camino con los otros dos boy scouts y con nuestro monitor... estalló la Guerra Civil... Y a nosotros nos pilló en territorio fiel a la República... No sé muy bien cómo sucedió todo aquello, pero el caso es que nuestro monitor nos contó que Galicia había quedado dentro del bando nacional y que nosotros estabamos dentro de la zona del bando repúblicano y que era imposible pasar de una zona a otra.

     Como consecuencia de ello nos quedamos a vivir en el primer pueblo que encontramos. Allí nuestro monitor le explicó nuestra situación a una familia y ellos nos acogieron con la única condición de que teníamos que trabajar para ellos, ayudándoles en las tareas del campo. A cambio nos daban de comer. En cuanto a la ropa y al calzado... fuimos tirando con la que teníamos puesta... pues los tiempos no permitían hacer otra cosa...

     A mi al principio me entró mucha morriña. Echába mucho de menos a mis padres y a mis hermanos. Y sobre todo a mi novia, Elisa, de la que me había enamorado al principio de ese verano.

     Elisa era una niña de mi pueblo, dos años más joven que yo, hija de unos vecinos ricos, o que al menos a mi me lo parecían. Su padre era empleado del ayuntamiento. Y su madre tenía una mercería. Pero la verdad es que a mi lo que menos me interesaba era si sus padres eran ricos o no. A mi lo que de verdad me importaba era que Elisa era muy guapa y que además me miraba con mucho cariño. Y una vez habíamos ido juntos a la fuente, a buscar agua, y habíamos estado hablando mucho tiempo solos, hablando, y en un momento ella me cogió la mano, y yo le di un beso...

     Yo no podía entender cómo los mayores podían haber iniciado aquella guerra absurda, que me separaba de mis padres, de mis hermanos y de mi querida Elisa... No era justo.

     Evidentemente en aquellos tiempos no exitía en tuenti, ni el facebook, ni el correo electrónico, ni los sms, ni siquiera el teléfono... Yo pensé en escribirle una carta a mis padres y otra a Elisa. Pero el monitor nos dijo que no era buena idea. Que podían intervenirnos las cartas y que ello nos podía ocasionar problemas. Que lo mejor era seguir allí, escondidos, hasta que terminase la guerra. Que luego ya podríamos volver a nuestras casas y reunirnos con nuestras familias...

     Claro que el monitor seguramente no tenía una novia... O si la tenía no la querría tanto como quería yo a la mía...

     El monitor, que se llamaba Paco, pensaba que la guerra terminaría en pocos días, o, como mucho, en pocos meses... Pero poco a poco fue pasando el tiempo y la situación daba la impresión de estar cada vez más estancada...

     Al principio tuvimos suerte porque el pueblo donde vivíamos estaba lejos del frente y en él no había combates... Pero dos años después se fueron acercando a él los del bando nacional. Y empezamos a ver ya a los soldados paseando por el pueblo. La gente tenía mucho miedo, tanto a los de un bando como a los del otro. Todos se encerraban en sus casas y procuraban salir de ellas solo cuando era estrictamente necesario. Poco a poco se fue extendiendo la ley del silencio, y nadie hablaba de sus ideas, por miedo a ser fusilado por alguien que pensase de otro modo.

     Además la comida era cada vez más escasa. Y los dueños de la casa en la que vivíamos tenían seis hijos. Un día el marido nos reunió a todos y nos dijo: Si esto sigue así vais a tener que iros, porque la comida que tenemos casi ya no alcanza para alimentar a nuestros hijos, y si seguís con aquí vamos a acabar muriendo todos de hambre...

     Yo me puse muy triste. Y esa noche me la pasé entera llorando. Tenía mucho miedo de pasar hambre hasta morir. Pero lo que más me dolía era el pensar en que me iba a morir sin poder despedirme de mis hermanos, de mis padres y de Elisa... Y en ese momento me di cuenta de la angustia que debían estar pasando ellos al no tener noticia ninguna de nosotros, y al no saber ni siquiera si estabamos vivos o muertos...

     Al día siguiente cuando me levanté le dije a mis señores, a mi monitor y a mis compañeros, que yo me iba a mi casa, que me había dado cuenta de que mis padres seguramente estarían muy angustiados porque no sabían nada de mi...

     Yo estaba totalmente decidido a irme, costase lo que costase... Pero el monitor no me lo permitió. Dijo que él era el responsable de todos nosotros y que teníamos que seguir todos juntos.

     La señora de la casa, al ver todo esto, nos abrazó y nos dijo: por mi podeis seguir en nuestra casa hasta que acabe la guerra. Lo poco que hay lo compartimos. Y si pasamos hambre la pasamos todos. Pero de hambre nos nos vamos a morir, porque de un modo u otro siempre vamos a encontrar algo para llevar a la boca...

     Además ya he hablado con mi marido, y él también está de acuerdo en que os quedeis todos. Con la ayuda de Dios ya iremos encontrando manera para ir dándoos de comer...

     Y así fue como decidimos quedarnos.   

     Pocos meses después el frente de batalla se fue acercando al pueblo... Y al llegar allí la guerra los soldados que escapaban saqueron todas las casas para llevarse con ellos todo lo que pudieron... y lo que luego llegaron y conquistaron el pueblo volvieron a saquearlas, cogiendo lo poco que los otros no habían encontrado...

     De este modo todas las familias quedaron en la más absoluta miseria... Y empezamos a pasar hambre de verdad... Había veces que por la mañana repartíamos un trozo de pan entre todos... y con un poco de pan y un poco de agua pasábamos el día entero... A mi al principio me dolía mucho la barriga con el hambre. Pero luego me fui acostumbrando... Pero notaba que cada vez me encontraba más debil y con menos fuerzas...

    Poco a poco me fui haciendo a la idea de que la muerte se me estaba acercando... Y de que no iba a volver a ver nunca a mis padres, ni a mis hermanos, ni a mi querida Elisa...

     Pero por fortuna, poco a poco el frente de batalla se fue alejando del pueblo. Y esto permitió que de nuevo se volviesen a cultivar las tierras. Y la situación empezó a mejorar. Empezamos de nuevo a tener algo que comer todos los días... Y todos recuperamos la energía, la fuerza, la sonrisa, y el buen humor...

     Por fin se acabó la guerra. Y pudimos volver a casa...

     Mientras íbamos de camino yo empecé a angustiarme: ¿Y si mis padres murieron en la guerra? ¿Y si los fusilaron? ¿Y si murió también Elisa?

     Cuando llegué a mi casa me encontré a mis hermanos en el patio, jugando, todos llenos de tierra. Quise darles un abrazo, pero ellos escaparon corriendo, pues no me reconocieron. Después llegaron mis padres que venían de trabajar del campo. Mi madre fue la primera que me dio un abrazo. Tan fuerte que casi me mata. Mi padre se unió al abrazo. Y los tres lloramos amargamente. Y a la vez alégremente. Lágrimas grandes, saladas, agridulces...

    Luego vinieron mis hermanos y también se abrazaron a nosotros... Era la hora de comer y entramos todos en casa y nos sentamos a la mesa... Mi madre preparó unas patatas cocidas con huevos fritos... Hacía tres años que no comía algo tan rico...

     Al terminar de comer le pregunté a mi madre por Elisa. "¿Elisa? ¿La hija de Reme, la de la mercería...? Se casó con Andrés el domingo pasado... Solo tiene 14 años, pero le dieron una dispensa especial para que se pudiese casar... "

     Cerré los ojos y me quedé mudo durante un buen rato. Mi madre, al darse cuenta, me abrazó de nuevo. "Hijo... la vida sigue... y te vas a volver a enamorar... Te lo aseguro... "

    Y mi madre tenía razón... Y la prueba de que me volví a enamorar es que ahora estoy acabando de escribir este cuento para mi nieta Andrea...

 

     

Hola Amig@... déjate acariciar por la magia del Camino...


"I came to find God in me. And now I find Him everywhere. I have to bring this back to my daily life, where I actually live now. "Cami" means "God" in Japanese" (Wrenn)

"Caminar es besar la tierra con los pies" (Juan)


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