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León.
Montes Aquilianos. Valle del Silencio. Peñalva de Santiago. Juan 21/05/2011 |
SANTIAGO DE PEÑALVA
En en siglo X el obispo Genadio fundó en la diócesis de Astorga, en la vertiente de los montes Aquilianos, tres pequeños cenobios con sus respectivas iglesias. Su discípulo Salomón, que también fué obispo de Astorga, contruyó en el lugar una nueva iglesia de estilo mozárabe. Esta iglesia se sitúa en el "Valle del Silencio" y de ella dijo Sandoval que se trata de "La cosa más digna y curiosa de ser vista de las antigüedades que tiene España".
Esta construcción, armónica y bien proporcionada, está admirablemente conservada. En su interior encontramos arcos de herradura que se apoyan sobre columnas con basas áticas, fustes monolíticos y delicados capiteles corintios. Y el edificio presenta una notable originalidad, principalmente en la cúpula gallonada de ocho cascos de tipo bizantino, que se apoyan directamente, sin mediar trompas ni pechinas, sobre cuatro arcos de medio punto ligeramente resaltados, lo cual constituye una solución insólita en la historia de la arquitectura.
Se
trata pues de un templo de estilo mozárabe, que tiene una sola nave.
Tiene ábsides contrapuestos uno en cada extremo de la nave. El contra-ábside
tiene misión de panteón y en él se encuentran los restos
de San Gregorio y San Urbano. La nave está constituida por dos cuadrados
perfectos. Existen dos cámaras anejas a las que se accede desde el
crucero por sendos arcos de herradura.
La nave y las cámaras se cubren con bóveda
de cañón, y el ábside y el crucero con cúpulas
gallonadas.
El exterior es de mampostería y los tejados
de pizarra.
No tiene una fachada propiamente dicha y en
su lugar presenta un arco de herradura geminado y con alfiz, de clara influencia
islámica.
Santiago de Peñalba
es por tanto una joya del mozárabe. El lugar donde esta enclavada es
un paraíso para los amantes de los parajes bucolicos y tranquilos.
El pueblo de Peñalba es muy bonito y ha sido restaurado con un gran
acierto. Y en el pueblo hay también una cueva, que merece la pena visitar.
En la misma zona merece también la pena visitar San Pedro de Montes, que es el pueblo anterior a Peñalba. Allí hay un monasterio con restos visigodos y romanico rural y cerca del pueblo está la ermita de la Santa Cruz, en cuya construcción se usaron restos de una iglesia visigoda, de tal modo que esta ermita es uno de los monumentos de León con más restos visigodos.
Y
todo esto se encuentra en el llamado Valle del Silencio, un lugar realmente
mágico y maravilloso.
Finalmente, bajando
a Ponferrada, se encuentra otra joya del mozárabe que es Sto.Tomas
de las Ollas.
Cómo llegar:
-Hay que ir hasta Ponferrada, atravesar el casco urbano
y coger una pequeña carretera de montaña, muy peligrosa en invierno
y un poco menos en verano, dirección a a S.Esteban de Valdueza y Peñalba
de Santiago.
(Fuentes: Taco del Corazón de Jesús y la página web www.celtiveria.net)
No me digais que después de leer este no os entran ganas de coger el coche para ir a pasar un sábado o un domingo escondidos en el enigmático Valle del Silencio.
NOTA: En la cueva de San Genadio encontré, semienterrado, un bote de latón, mediooxidado. Lo cogí, lo abrí... y dentro encontré unos papeles manuscritos, con una historia maravillosa que relata una andaina épica por los Montes Aquilianos. En cuanto tenga tiempo os prometo que la copiaré y la publicaré en esta web, a continuación... Empieza así:
AL BORDE DEL ABISMO
Año 1961. Mes de Julio. Siete amigos decidimos ir a pasar un sábado caminando por las cumbres de los Montes Aquilianos.
Yo me llamo Genaro. Y escribo todo esto porque necesito desahogarme. En cuanto termine de escribirlo lo enterraré, aquí, en el suelo de esta misma cueva, para que el tiempo lo pudra, lo borre y lo silencie eternamente... Parece absurdo. Pero yo necesito sacarlo fuera de mi, y no se me ocurre otra forma mejor de hacerlo...
Aquel sábado madrugamos mucho. Salimos de Ponferrada a las siete de la mañana en dirección al Valle del Silencio. En San Esteban de Valdueza cogimos la dirección hacia Villanueva. Y luego por una pista de tierra subimos hasta el Campo de las Danzas, donde dejamos nuestra vieja furgoneta y empezamos a caminar.
Primero por un camino, y luego por un cortafuegos, ascendimos al monte de la Guiana -1849 mts- (que, según Pablo, en sánscrito significa "conocimiento". Guiana yoga=el yoga del conocimiento)... Allí nos encontramos con la ermita de la Guiana. En ruinas. De piedra rústica y tosca. Pero de una gran belleza. Símbolo y testimonio de antiguas soledades.
Estuvimos un buen rato en la cima, disfrutando del aire fresco de la mañana, que acariciaba nuestros rostros. Un poco de sol. Un poco de brisa. Una temperatura perfecta. Un cielo enorme sobre nuestras cabezas y dentro de nuestros corazones.
Todo empezó de maravilla, pero al bajar del monte de la Guiana surgió el primer obstáculo: de repente noté que mis pies bailaban dentro de mis botas. Una sensación extraña. Me senté, me descalcé, y vi como las dos suelas de mis botas a un tiempo se estaban soltando. Era algo que no había visto nunca. Llamé a mis compañeros. Vinieron a mi lado. Miraron y alucinaron. ¡No podía ser verdad!. Pero lo era. En poco tiempo me iba a quedar descalzo. Y así era imposible hacer esta exigente ruta. ¿Solución?.
Pedro sacó de su mochila un trozo de cordel. Lo partimos en dos. Y con los cordeles atamos las suelas a las botas, lo mejor que pudimos. A partir de ese momento seguí caminando con mucho cuidado. Y con mucho miedo: si las botas se me rompían y me quedaba descalzo... ¿qué haría?...
Tras el descenso, una suave travesía nos llevó al comienzo de la ascensión al Pico Tuerto de 2.051 mts. En la cima nos sentamos y nos pusimos a comer. Y apareció el segundo obstáculo: Pilar se había olvidado el bocata y el agua. ¿Entonces para qué traes la mochila?. Un chuvasquero, unas compresas... Risas. A ella no le hizo ninguna gracia. Pilar es de las que lo pasa mal cuando tiene la regla. Le duele. Le pone de mal humor. Le produce cansancio y flojedad de piernas. "No debí haber venido", dijo. "Hoy no tengo un buen día"...
Compartimos nuestra comida y nuestra agua con ella. Y espontáneamente decidimos darle todos un abrazo fuerte y lento para cargar su cuerpo de energía positiva. Esto hizo que mejorara un poco su humor y que en su cara asomase incluso una sonrisa. No sé por qué, pero al verla sonreir solté una carcajada. "No te rías mucho que a lo mejor necesitas alguna de mis compresas para poner de suela en tus botas". Aquí la carcajada ya fue general.
Después de comer bajamos del Pico Tuerto y empezamos a subir hacia el monte de las Berdianas de 2116 mts. Hacía calor. Y el cielo empezó a llenarse de nubes negras. "Se avecina una buena tormenta".
Dejamos a un lado la cima de las Berdianas y seguimos caminando en busca de la ascensión a la Cabeza de la Yegua de 2143 mts. Y aquí volvieron los problemas: Pilar se paraba a cada paso. Sus piernas no le respondían. Sonia y Leonor se quedaron con ella, acompañándola. Pablo, Pedro, Pepa y yo seguimos caminando. Cuando llegamos a la Cabeza de la Yegua la tormenta estaba justo encima. Caían unos rayos tremendos que nos hacían extremecer. Y después de cada relámpago, al instante rompía el cielo un trueno devastador. Pedro empezó a sentir mucho miedo: "estamos en el peor sitio, en la cima más alta, en el lugar donde es más probable que caiga un rayo". Pablo propuso que nos tirásemos cuerpo a tierra, pues el hecho de estar de pié podía atraer los rayos hacia nosotros.
De pronto empezó a granizar. Y los rayos caían cada vez más cerca. Sacamos los chuvasqueros para intentar protegernos un poco. Pepa dijo: "No podemos seguir aquí en la cima, porque corremos grave riesgo de que nos parta un rayo. Tampoco podemos caminar hacia adelante dejando atrás a nuestras compañeras... La única opción es caminar hacia atrás, y volver en su búsqueda". Todos estuvimos de acuerdo y empezamos a volver sobre nuestros pasos, desandando el camino andado, en busca de nuestras amigas. Del cielo caían piedras cada vez más grandes, algunas del tamaño de un huevo de perdíz. Cuando alguna impactaba en una de nuestras cabezas nos hacía verdadero daño. En poco tiempo todo quedó cubierto de blanco.
Encontramos a Sonia, Pilar y Leonor sentadas y abrazadas, cubiertas las tres con el mismo chuvasquero. Yo no sabía que Leonor le tenía pánico a las tormentas. Su cuerpo temblaba como un junco. Entre todos la rodeamos, intentando darle calor y ánimos.
La granizada duró casi media hora. En cuanto paró nos pusimos de nuevo en marcha. El granizo había cubierto todo el monte y había borrado el sendero. Los pies nos resbalaban en todo momento y era muy dificil subir. Cada paso hacia adelante exigía un esfuerzo heroico. Tardamos más de dos horas en llegar a la cima.
Y todavía nos quedaba lo peor: el descenso casi vertical hasta el pueblo Peñalva de Santiago. Un descenso dificil con el suelo seco, y casi imposible caminando sobre la gruesa capa de granizo que cubría la piel de la montaña.
En cuanto empezamos a bajar Pedro se sentó en el suelo. Tenía muy mal color. "No puedo. Tengo vértigo. Mi cuerpo está atenazado por la angustia. No puedo dar ni un paso más". Pablo se sentó a su lado: "A ver, Pedro. Respira despacio. Concéntrate en tu respiración. Vete sintiendo de nuevo tus piernas poco a poco. Todo está dentro de tu cabeza. Tienes que controlar tu mente, tu miedo, tu vértigo... Cierra los ojos un rato. Visualízate como un niño, saltando alegremente sobre las rocas. Visualiza las fuerzas más importantes que sientes dentro de tí. Echa mano de ellas... Ahora ponte de pie. No abras los ojos todavía. Siente tus músculos. Siente tus pies firmes, apoyados en el suelo. Bien. Así. Y ahora empieza a caminar detrás de mí, despacio, mirando solo a tus pies y al espacio que separa tus pies de los míos. Olvídate del resto del mundo. Sígueme con confianza: yo no te voy a llevar por ningún sitio por el que tu no puedas caminar... ".
Poco a poco fuimos descendiendo. Unos pendientes de los otros. Avanzar diez metros era una proeza.
Para colmo de males noté como mis pie derecho empezó a bailar de nuevo dentro de mi bota. El roce contra el suelo había desgastado el cordel, que se había roto. "¿Alquien tiene otro trozo de cordel?". Nadie. Pepa cogió su cámara de fotos, le sacó la correa, y con ella me ató de nuevo la suela a la bota.
Pablo guiaba léntamete a Pedro evitando que cayese en el abismo de su vértigo. Leonor y Sonia sostenían a Pilar en los momentos en que le flojeaban las piernas. Pepa se olvidaba del cariño que tenía por su cámara de fotos y me daba su correa para atar mi bota maltrecha. Estabamos entrando en la frontera de la supervivencia.
Pero como las desgracias nunca vienen solas... tuvo que suceder algo más: Sonia pisó mal y se lesionó en una rodilla. El dolor inundó su cara. Gruesas lágrimas regaron sus mejillas. Nos paramos todos, sentándonos sobre el suelo frío y blanco.
Leonor, que es médico, empezó a examinar con calma la rodilla de Sonia. "No puede caminar", dijo lacónicamente. "La llevaremos entre todos", dijo Pepa.
"¿Te duele mucho?", le pregunté. "Un poco. Pero si no la muevo lo puedo soportar".
Entre Pepa y yo la cogimos en brazos y empezamos de nuevo a caminar. Pronto vimos que en un terreno tan escarpado era imposible caminar llevándola entre los dos. Pepa la llevó durante un rato. Pero luego yo la cargué sobre mis espaldas, como si fuera una mochila grande, agarrada con sus brazos a mi cuello...
¡Y yo que creía que mis botas rotas eran un problema!. ¡Qué chorrada!. Podría haber bajado fácilmente toda la montaña caminando descalzo sobre la nieve. Lo realmente dificil era bajarla llevando a Sonia sobre mis espaldas. Ahora sí que nos encontrabamos con un verdadero problema...
Cada vez se nos hacía más dificil avanzar. Y como era de esperar el tiempo se nos evaporó y se nos echó la noche encima. Pilar llevaba una pequeña linterna con la que intentaba alumbrarnos a todos. El descenso casi en vertical, de noche, por un monte desconocido, sobre un sendero imaginario cubierto por el granizo, y con una persona herida en brazos... era una misión prácticamente imposible. Estabamos al borde del abismo, de la nada, y quizás a las puertas de la muerte...
De vez en cuando nos parábamos para descansar un rato. Siempre juntos. Siempre formando una piña. Nunca habíamos estado tan unidos.
La noche se hacía cada vez más oscura. A lo lejos se veían unas luces pequeñitas, unidas de dos en dos, bailando al compás... De pronto un aullido frío, duro, salvaje, surcó la negrura de la noche, como un cuchillo, cortando nuestra sangre helada... "Si nos comen los lobos se terminarán nuestras penalidades. Es la mejor solución", dijo Pedro. "No se si es la mejor, pero es posible que sea la única", respondió Pilar. Pero Pepa terció: "Ni hablar. A mi todavía me quedan muchas ganas de luchar y de vivir. Lucharemos hasta el final. Y saldremos vivos de esta. Os lo prometo. Aunque tengamos que caminar hasta el amanecer".
La dificultad del descenso y el peso de Sonia machacaron poco a poco mis rodillas. Cada paso era un calvario. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero, sabiendo que no había alternativa, me mordí el dolor en silencio y seguí...
Hubo un momento en que Pedro tropezó y se cayó. El manto de granizo le protegió de las rocas. Estuvo un rato tendido en el suelo. Pidió a Dios que le convirtiese en una piedra: "Por lo menos las piedras no tienen que moverse"... Pero Dios no le escuchó, o, al menos, no le hizo caso... Al final, con la ayuda de Pablo, pudo levantarse y continuar caminando...
El frio, el cansancio, el hambre, el dolor, el miedo, la angustia... Toda la noche fue un infierno. Por suerte los lobos tuvieron piedad y pasaron de nosotros.
Cuando empezamos a oir el sonido del río del Silencio estaba casi amaneciendo... Cerca del río encontramos un camino que nos condujo suavemente hacia el pueblo de Peñalba de Santiago... Heridos, doloridos, muertos de cansancio, pero todos vivos... En una casa vimos luz. Llamamos a la puerta. Nos abrieron. No hizo falta explicarles nada. Al vernos nos mandaron pasar y nos acogieron con los brazos abiertos. Nos dieron agua, pan y leche caliente... Untaron con miel la rodilla de Sonia. Visto a la suave luz de un candil su joven rostro mojado de lágrimas y sudor estaba más hermoso que nunca...
Nos dieron mantas. Nos quitamos nuestras ropas empapadas y nos envolvimos en ellas, sintiendo el calor sobre nuestra piel...
Cuando me quité las botas vi que había perdido definitivamente las suelas, que se me habían roto los calcetines y que tenía las plantas de los pies ensangrentadas y llenas de heridas... Pero no sentí dolor, sino alegría... La alegría de ver que todos estábamos vivos.
Fue como despertar de un sueño. Como salir de una pesadilla. Como volver a nacer. Como pisar de nuevo en tierra firme, después de haber pasado una noche eterna al borde del abismo...
(Genaro, 24-07-1961)
¡Qué relato más escalofriante!. Por suerte, cincuenta años después de la del relato, nuestra andaina de 21 de mayo de 2011, fue muy diferente. La única coincidencia, ¡y ya es casualidad!, fue que a uno de nuestros caminantes también se le rompieron las botas, soltándosele las suelas... ¡Alucinante!
Pero por lo demás, nuestra andaina, aunque fue dura y exigente, no tuvo ningún percance importante. Y fue hermosa, soleada, y llena de luz, tal como puede verse en las fotos de arriba y en el relato y fotos que encontaréis en este enlace: http://www.oscempes.org/montes_aquilianos.htm
"O que converte a vida nunha bendición non é facer o que nos gusta, senón que nos guste o que facemos" (GOETHE)
"No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido" (Pedro Arrupe)
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