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XXV ANIVERSARIO. ¡OS QUIERO!
Pamplona. Edificio Central de la Universidad de
Navarra. Principios de Octubre del año
1982. Unos jóvenes un poco asustados llegan al Campus.
Van a empezar la carrera de Derecho. En sus mochilas traen un poco de miedo,
un algo de locura, y un mucho de ilusión, optimismo, idealismo…
La mayor parte de ellos tienen 18 años. Huele a juventud fresca y recién
estrenada…
“¡Uau!!! Hay chicos guapos por todas partes”, comenta Ana el primer día.
Empiezan las clases. “Se entiende por “Derecho Romano” una serie de escritos de aquellos autores que fueron considerados en la antigua Roma como autoridades en el discernimiento de lo justo e injusto (iuris prudentes)…”. Así empieza el libro de DERECHO ROMANO. Por delante quedan 572 páginas de letra menuda, sembradas de conceptos jurídicos. Va a ser un hueso duro de roer.
Don Álvaro d’Ors es un gran maestro. Tan grande como sencillo y humilde. Exigente, eso es cierto. Muy exigente. Pero generoso. Además de las explicaciones de clase, está disponible para resolver cada día, sentado en un banco en el final de un pasillo, las dudas de los alumnos que quieren planteárselas…
El Romano es nuestra gran prueba. Es la madre de todas las batallas. Con él sufrimos, con él aprendemos, con él empezamos a construir en nuestra cabeza las piezas básicas con las que luego levantaremos el edificio del derecho… Son los cimientos ¡profundos y sólidos! donde se asienta nuestra formación jurídica…
Tenemos también en primero otras asignaturas: Derecho político, que imparte el inolvidable profesor Zafra; Derecho Natural, donde don Javier Hervada nos enseña que “lo justo es dar a cada uno lo suyo”; Historia del Derecho, desmenuzada por el muy querido Don Ismael Sanchez Bella y por la jovencísima Doña Emma Montanos; y también un poco de Teología…
Al primer curso le siguen el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto… Aprendemos el Derecho Civil, siguiendo los manuales de LACRUZ BERDEJO y las explicaciones de Don Francisco Sancho Rebullida, de Miguel Pérez y de otros profesores. Y también estudiamos Constitucional, Penal, Administrativo, Procesal, Laboral, Internacional Privado y Público, Financiero y Tributario, Canónico, Economía, Filosofía del Derecho, etc. Ah!: y Mercantil, que estudiamos juntos, el profesor Doral y nosotros…
Y sobre todo aprendemos a pensar, a razonar y a convivir. Vamos creciendo y madurando como personas. Nos estamos construyendo.
Pero no todo son libros. También hay fiestas. En los pisos de los amigos. En los pubs de San Juan. En la discoteca “Reverendos”… La diversión es un contrapunto imprescindible. También esto nos sirve para crecer.
Y también viajes de estudios. El de tercero a Italia: Roma, Florencia, Pisa, Venecia… Y el de quinto a París y a los Países Bajos. En ellos vivimos momentos inolvidables.
Libros y clases, fiestas, viajes… todo conduce a una misma cosa: el conocimiento, que es a su vez la base del amor y de la vida.
Pasa el tiempo y llega el mes de Junio de 1987. El curso de quinto está a punto de terminar. Hacemos una gran fiesta. Cantamos. Bailamos. ¡Somos licenciados! Es un momento de gloria y plenitud. Hemos llegado a una de nuestras metas. Somos los mejores de nuestra facultad, los que terminamos el último curso de la carrera. Estamos en la cima y nos sentimos felices. En algún momento incluso nos sentimos importantes.
Aquí nos despedimos de nuestros compañeros.
Después
del verano de 1987 hay un gran precipicio. Caemos. Desparramados. Cada uno por
un lado. Desperdigados. Solos, en el fondo del abismo, nos encontramos desorientados…
Ahora estamos de nuevo a la cola. No tenemos trabajo. Somos los últimos.
No somos nadie. Es el momento de volver a comenzar. Cada uno tiene que buscar
su propio camino. ¡Vaya batacazo que nos acabamos de dar!
A partir de ahí los caminos se dispersan. Cada uno busca el suyo propio.
No es fácil. Pero tenemos muchas ganas. Muchas energías. Y mucha
juventud dentro…
***
Veinticinco años más tarde volvemos a la Universidad… para celebrar el XXV aniversario de nuestra promoción. Marian Salvador, Eduardo Flandes, Ana Cañada, Antonia Alonso y Eduardo Arroyo nos han convocado. Llevan varios meses enviando mails, haciendo llamadas, dejando mensajes en todos los rincones… para que nadie quede sin enterarse. Han puesto tiempo, empeño, trabajo, imaginación… y sobre todo generosidad, ilusión, alegría y confianza. Creen en lo que están haciendo. Aman lo que hacen. Y el amor que se pone en una labor garantiza el éxito.
El trabajo da sus frutos: Vamos a reunirnos 100 personas… ¡Es una pasada!
Es sábado, 6 de octubre de 2012. Pamplona. Edificio Central de la Universidad de Navarra. Falta poco para las once de la mañana. El sol reina en el cielo. Temperatura perfecta.
Poco a poco va llegando la gente. Miradas. Abrazos. Besos. Saludos. Es el encuentro. ¡El reencuentro!
La primera gran sorpresa es ver que nos conocemos. ”¡Estás igual!”. “¡Tú también!”. Risas. Alegría. ¡Huele a fiesta!!!
Subimos al oratorio del Edificio Central. Empieza la misa. Hay ya más de cincuenta personas. Luego irán llegando más. Silencio. Recogimiento. Intensa felicidad interior. Emoción.
En un momento el sacerdote recuerda a los compañeros y profesores fallecidos, pronunciando sus nombres uno a uno. El silencio es absoluto. Se palpa el dolor. Los ojos se empañan. Caen unas cuantas gotas saladas. ¡Es el momento de llorar!
Después de la misa vuelven los saludos. Y el encuentro en el aula 34. ¡Nuestra Aula! Allí fue donde nos conocimos hace 30 años. Marian Salvador, nuestra “superdelegada” dirige el momento. Nos pone una proyección de fotos de nuestra época de estudiantes. Luego habla uno de nuestros profesores: Don Juan Andrés Muñoz. Y a continuación Marian nos lee dos cartas, una de Simón Acosta y otra de Doral. Bien distintas: la razón frente a la creatividad. Todo nos retrotrae a nuestra época de universitarios. Es bonito volver.
Al terminar nos hacemos una foto. Y siguen los saludos. Y las conversaciones en pequeños grupos. ¡Qué alegría volver a vernos!
Volando llega el mediodía. Y la comida en el restaurante Mercado. Comemos
y conversamos. Nos contamos atropelladamente nuestras vidas. Han pasado tantos
años y tenemos tanto de que hablar.
A la comida le sigue una larga sobremesa. ¡Nos la merecemos! ¡Son
nuestras bodas de plata!
Y después la fiesta continúa en LA CARBONERA. Un pub tranquilo, donde conversamos, reímos y bailamos… La música y la amistad nos recorren por dentro, acariciando y haciendo estremecer una a una todas nuestras células. El tiempo no existe: es el cielo, es la eternidad… ¡Qué bonito es estar aquí! Quiero que esto dure para siempre.
Poco a poco algunos empiezan a marcharse. Se despiden. Abrazos intensos, profundos, lentos, serenos… expresando el encuentro sincero de dos almas que llevan muchos años sin verse. Son abrazos verdaderos, que enlazan corazones que se quieren. Abrazos que salen de las raíces. Abrazos que despiertan de repente tras un prolongado letargo. Abrazos de bondad que transmiten océanos de energía positiva, de buenos deseos, de ternura y de cariño… Es para mí toda una sorpresa descubrir así de pronto LO MUCHO QUE NOS QUEREMOS.
***
Tengo la sensación de estar flotando en una nube. Me parece un sueño. Mi cuerpo está lleno de sensaciones. Y por mi cerebro van desfilando algunos pensamientos: En veinticinco años han pasado muchas cosas. Nuestras vidas han dado muchas vueltas. Pero ¡SEGUIMOS SIENDO LOS MISMOS!
Es maravilloso ver cómo nos reconocemos. No solo físicamente, que también, sino sobre todo espiritualmente. Hablamos de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestros trabajos, y de nuestros recuerdos… Pero nadie presume de nada. No hay ni un solo gesto de ostentación. Nadie se considera superior ni inferior a nadie. Solo somos antiguos compañeros de clase…
Nos hablamos desde el corazón, con respeto y con cariño, con ternura, con sinceridad. Nos hablamos con la libertad que nos dan los años, pues ahora ya tenemos edad suficiente para decirnos lo que pensamos, sin frenos ni cortapisas, sin cálculos y sin reparos. Y nos contamos cosas que cuando éramos estudiantes universitarios no nos atrevíamos a decirnos. Ha pasado ya el tiempo suficiente para decirnos lo que nos queríamos unos a otros. Y nos hacemos confesiones de pensamientos y sentimientos que han estado durante veinticinco años guardados dentro de nosotros, esperando este momento.
Y alguna se entera ahora (¡un poco tarde!) de lo mucho que le gustaba a uno en segundo de carrera… ¡¿lástima no haberlo sabido antes?! No importa. La vida es la que es. Y no se puede volver atrás. Pero es bonito poder decir, al fin, lo que se piensa y lo que se siente. Y es importante redescubrir, veinticinco años después, lo importantes que hemos sido los unos para los otros en nuestros años de universitarios.
***
A las doce de la noche soy yo el que me voy. Me despido de los que quedan. Y me voy caminando hacia el hotel, con María, mi mujer, y con José Joaquín, uno de mis grandes amigos de la carrera. Hace una noche estupenda.
Llego al hotel. Me pongo el pijama. Me meto en la cama. Cierro los ojos. No tengo sueño. Mi cabeza está llena de imágenes que se amontonan. Mi corazón late con fuerza. Mi cuerpo entero está lleno de sensaciones intensas.
Doy gracias a Dios, al cielo y al universo: porque estoy vivo, porque estoy aquí, por los cinco años maravillosos que pasé en la universidad, por todo lo que la vida me ha dado en los veinticinco años siguientes, y por el reencuentro de hoy.
Doy gracias por los compañeros que tuve y tengo, porque son personas maravillosas que me quieren y a las que quiero. ¡Ha sido tan importante en nuestras vidas el conocernos!
Y doy gracias por las personas que han organizado este encuentro. Por su generosidad, su trabajo, y su paciencia.
Y doy gracias por todos los que han venido. Porque han sabido vencer la pereza. Porque se han atrevido a romper la rutina de la vida para crear juntos este milagro del reencuentro.
Y doy gracias por mi vida y por todas las personas a las que quiero.
Tumbado en la cama, respiro profundamente, y pienso… y sobre todo siento… Estoy feliz. ¡Estoy muy contento!
Poco a poco me voy durmiendo. Y sueño. Es cierto, os lo prometo. Tengo un sueño muy bonito. No os lo voy a contar. No quiero que esto se alargue demasiado. Solo os digo que en mi sueño estoy con mis compañeros de carrera. Y que también soy feliz, muy feliz, en mi sueño.
Gracias,
compañeros. Gracias, amigos. Con la libertad que me dan los años
os lo digo: ¡OS QUIERO!
(Juan Antonio Rúa Prieto, Pamplona, 6 de octubre de 2012. a@galicias.com)
(Descargar este texto en formato WORD)
*****
Otros lo expresan así:
"Ayer celebramos los XXV años de fin de carrera de Derecho. Nos reunimos 100 compañeros y compañeras. Lo pasamos genial. Todos estupendos y encantadores. Parecía que no había pasado el tiempo!!!" (Ana Cañada)
"Todo estuvo perfecto, enhorabuena a los organizadores. Nos vemos en la próxima!!!!" (Miguel Torres)
"Ha sido genial. Gracias a los que lo habéis organizado. A ver si conseguimos no perder el contacto. Un abrazo!" (Carlos Vidal)
"Fue genial, emotivo y despertó nuestros sentimientos más dulces del pasado. Vivan los organizadores !!!!!! Mil gracias!!!!" (Marimar Ugarte)
"Hoy rompo mi regla de no escribir nunca en el facebook para deciros que yo también pienso que fue maravilloso volver a encontrarnos, y que nos faltó tiempo para hablar con todos y seguir esa amistad que ahora hemos renovado, que se fundamenta en ese pasado común, los años de Universidad, seguramente los más bonitos de la vida. Un abrazo a todos!!!" (Ester)
"Es increíble que hayan pasado 25 años y que podamos volver a hablarnos como si solo hiciera unos meses que no nos vemos" (Rosa Artaso)
"Un bonito día para recordar... fue un día imborrable que siempre quedará guardado en nuestro corazón". (Pilar Bujanda)
"Con frecuencia olvidamos la inmensa fortuna que supone estar vivos, el enorme privilegio de seguir en este mundo asistiendo a acontecimientos tan emocionantes como consolidar una relación sentimental de años, ver crecer a nuestros hijos o luchar profesionalmente por conseguir, desde la humildad, un mundo mejor.
Yo siempre procuro tener esta idea presente en mi día a día, como una brújula que marca mi norte, como un faro que guía mis pasos, como una respuesta a las dudas que, en ocasiones, me asaltan.
Este fin de semana he sido inmensamente feliz y quiero compartir mi felicidad con sus “culpables”. Veinticinco años después, me he reencontrado con mis compañeros de promoción universitaria en lo que ha sido una de las experiencias más sentimentales que han hecho diana en mi corazón.
Allí estábamos todos, distintos por fuera pero iguales por dentro, otros cuerpos pero idénticos espíritus. Nuestros armazones, con más canas, con más kilos, con más arrugas, con más zarpazos del destino, albergaban sin embargo los rasgos juveniles de nuestras almas ochenteras, los proyectos de entonces, las ilusiones, los afanes, cierta ingenuidad aún a salvo.
Cuántos recuerdos rescatados, cuántas vivencias compartidas, cuántas ganas de disfrutar entre risas y copas, cuánto afecto intacto un cuarto de siglo después. Gracias por todo, compañeros, colegas, AMIGOS. Nunca cruzar un océano compensó más.
Y es que la vida me ha demostrado que tiene sus razones y que debo comprenderlas sin temor, aunque puntualmente me cueste entenderlas y aceptarlas.
Porque todo pasa por algo.
Porque saber esperar tiene premio.
Porque el cariño verdadero no entiende ni de distancia ni de tiempo.
Y, como telón de fondo, Pamplona. Siempre Pamplona. La Perla del Norte. Mi preciosa ciudad a la que tanto añoro y de la que, en realidad, nunca me he ido, porque visita mis sueños dormida y despierta.
Una nueva etapa de amistades recuperadas acaba de comenzar y en mi Tenerife de adopción recojo su guante, rodeada de arena y mar en vez de bosque y río, escuchando folías en vez de jotas.
Pero, por encima de todo, dando un millón de gracias a quien corresponda por seguir viva cinco lustros después, con la misma energía y encomendada a las musas para poder expresar mis sentimientos con palabras" (Myriam Zaboras, en su blog )
"Lo que convierte la vida en una bendición no es hacer lo que nos gusta, sino que nos guste lo que hacemos." (GOETHE)
"No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido" (Pedro Arrupe)
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