El poder

     Hace casi veinte años estuve de luna de miel en Méjico. Había muchas atracciones para los turistas. Muchas cosas que ver.

     Formábamos parte de un grupo, y una guía nos iba llevando de un sitio a otro. Y nos explicaba. Era muy simpática.

     Un día nos llevó a un lugar donde había varias mujeres indígenas que amamantaban a sus bebés mientras los turistas les hacían fotos o las grababan en video. Luego, como recompensa, les dejaban algunas monedas. Ellas estaban allí para eso. Formaban parte de los recursos turísticos del país.

     Eso fue hace casi veinte años. Ahora estamos ya en los comienzos del siglo XXI.

     Andrés es amigo de mi padre. Es notario. Tiene sesenta y ocho años. Pelo blanco. Cara de bonachón. Es un hombre que transmite paz.

     La semana pasada fue a su notaría un matrimonio de brasileños jóvenes con un bebé de meses. No tenían cita. Tuvieron que esperar un buen rato en la sala de espera mientras se preparaba su escritura. El bebé lloraba y lloraba, cada vez más. Por fin el oficial les pasó para el despacho del notario. Y lo primero que hizo la buena de la madre fue descubrir uno de sus hermosos pechos y poner a comer al bebé. Andrés entró para leer la escritura. Se sentó. Le preguntó a la chica: "¿Le molesto si le voy leyendo el documento?". "No, en absoluto". Se lo leyó. El bebé mientras tanto terminó de mamar. Y le miró al notario con una sonrisa de satisfacción. La madre guardó su pecho. Andrés les explicó otra vez el contenido de la escritura que les acababa de leer. Era un poder especial. Y les preguntó si lo habían entendido todo y si estaban conformes. Ellos contestaron que sí. Y firmaron. Y el notario dio fe.

(Juan, 8-9-06)